En 1978, el binomio conformado por Martin Scorsese y Robert De Niro era uno de los más prestigiosos de Hollywood. Habían realizado juntos Malas calles en 1973, Taxi driver en 1976 y New York, New York en 1977. Pero el fracaso de esta última, pese al éxito de las dos anteriores, había sumido al director en un profundo estado de melancolía.
Nacido en Italia en 1942 y criado en el Little Italy de Nueva York, el cine de Scorsese reflejaba ya desde el principio las que han sido siempre sus mayores obsesiones, la violencia y la culpa. Tal vez porque se crio viendo en su barrio el mismo número de gánsteres y trapicheos que de curas y misas, el director católico, acomplejado y temperamental, no encontraba su sitio en Hollywood.
Se sentía pequeño al lado de sus coetáneos Steven Spielberg, Francis Ford Coppola, Brian De Palma o George Lucas que, cada uno en su estilo, y por supuesto junto a él, conformaron el Nuevo Hollywood en el que sigue mirándose el cine de hoy. Y es que ellos crearon la idea de que el cine de estudios de alto presupuesto tiene o puede o debe tener también autoría. Pero en aquellos años 70, Scorsese no creía estar a su altura, pese a que eran todos buenos amigos y se ayudaban, colaboraban y daban consejos.
Empezó a drogarse. Él y otros muchos. Pero a él, la cocaína casi se lo lleva por delante. Deprimido como estaba tras el fracaso de New York, New York piensa incluso en dejar el cine. Sólo se droga y bebe y pasa días recuperándose de los excesos. Destruyéndose. Hasta que Robert De Niro se planta en su casa con la autobiografía del boxeador Jake la Motta llamada Toro salvaje. Inicialmente, la historia no le dice nada. Pero De Niro insiste e insiste sin parar hasta que la entrada en el proyecto de Paul Schrader, el guionista en Taxi driver, anima ligeramente al director a leer la historia de autodestrucción de un boxeador que lo tiene todo y hiere, por el camino, a las personas que tiene más cerca. De nuevo, la violencia y la culpa. De nuevo, puro Scorsese
Pero él estaba tan destrozado por dentro, tan deprimido y drogado que no podía trabajar. Durante el Festival de Cine de Telluride, Scorsese, De Niro, el otro guionista del filme, Mardik Martin y la pareja de éste, Isabella Rosellini, se pegaron un viaje de droga adulterada que cambió su vida para siempre. La mezcla de esa cocaína con el tratamiento para el asma crónico que padecía desde niño, hizo que Scorsese perdiese el conocimiento, entrase en coma y no parara de sangrar por la nariz. Llegó al hospital con un diagnóstico de hemorragia cerebral. Era septiembre de 1978, tenía 36 años y estuvo a punto de morir desangrado. Al recuperarse, contó De Niro más adelante, fue a verle y le habló claro: «¿Qué te pasa? ¿No quieres vivir para ver crecer a tu hija ni para verla casada? ¿Vas a ser una de esas flores de un día que hace un par de buenas películas y ya está? Sabes. Podemos hacer esta película. Podemos hacer un gran trabajo. ¿Vamos a hacerla o no?».
Scorsese se aferró entonces a su amigo y su película y la sacó adelante con todas sus fuerzas. Una película complicada, rodada en blanco y negro, sobre el proceso de degradación física y moral de un hombre, y de la mano de un director cuyo último filme había sido un fracaso, no era el mejor de los proyectos que presentar a una productora. Sin embargo, United Artists se animó a entrar en él y eso fue el último empujón que Scorsese necesitaba.
El rodaje en el que De Niro se entregó en cuerpo y alma fue durísimo para ambos. Primero, porque el cambio físico y emocional de su personaje tenía un nivel de exigencia extraordinario, y segundo, porque se entregó al cuidado del director al que sacaba de la cama, llevaba al rodaje, vigilaba para que no se drogara. El resultado llegó en 1980 con el estreno de una de las películas más redondas de ambos por la que Robert De Niro ganó el Oscar y el Globo de Oro al mejor actor, y es que su interpretación de un hombre violento, despreciable, iracundo y brutal, al que él da vida de una manera profundamente humana y veraz, sigue conmoviéndonos.
Y aunque la película fue mal en taquilla, la crítica se entusiasmó con ella y elevó a Scorsese a la categoría de director legendario pues, con menos de 40 años, había rubricado ya dos obras maestras absolutamente irrenunciables, Taxi driver y Toro salvaje. Dos pura sangre, dos puro Scorsese. Dos películas de culto.